sábado, 7 de julio de 2007

El problema de la educación rural

Los estudiantes de nuestros campos, como en otros países de América Latina, reciben la misma educación primaria y secundaria que reciben los estudiantes de zonas urbanas: una educación que, si bien les da a conocer temas que a lo mejor no podrían aprender de sus abuelos, no les ofrece en verdad lo que necesitan saber. Quiero enfocarme a la ruralidad por corresponder a ella las zonas más olvidadas, y a menudo mal referidas, y por la relación que existe entre el campo y la agropecuaria.

Es una realidad que la mayor parte de los estudiantes de zonas rurales se devuelve en el camino. Unas veces porque no tienen las posibilidades económicas de seguir estudiando; otras, porque no acaban de encontrar el sentido real de lo que hacen cuando dedican la mitad de sus días a memorizar conceptos abstractos de los que apenas la única vez oyen mencionar.

Consideremos el caso de un joven estudiante que llegó hasta el séptimo grado y se le imposibilita continuar sus estudios. ¿Qué cosas es capaz de hacer después de ocho años (incluyendo preescolar) yendo a la escuela? Si ha sido muy dedicado en el aula, puede ser que piense en las pirámides de Egipto mientras construye su casa de tablas, o que recuerde el sistema solar cada vez que camine bajo la luna, en sus localidades donde no hay otra luz durante las noches; pero establecer esas relaciones no le resulta necesario si lo que en verdad le sirve es comprender que hay prioridades, y un amplio trecho entre su diario vivir y lo que ha aprendido en la escuela. Es esta incoherencia la que hace cuestionable la decisión de enviar un hijo a la escuela en vez de a la parcela, y la misma que causa los altos niveles de migración a la ciudad, con el sueño de “una vida mejor” que termina en la frustración al borde de las ciudades.

Otra historia sería si en vez de enseñarles a los campesinos que el Río Amazonas es el más caudaloso del mundo, se les hubiera enseñado que el río de su comunidad es el más cercano a su mundo, el que debe aprender a aprovechar y cuidar. Otra historia sería también si en vez de enseñarles sobre la crisis estadounidense de 1929 se les hubiera enseñado nuevas alternativas para superar la crisis en que están sumidos por falta de una luz en el camino, o si en vez de las inecuaciones algebraicas se les hubiera enseñado a resolver los problemas más inmediatos que le hacen parte de un sistema ineficiente.

Ojalá que se ejecute un cambio, en el que primero se les enseñe a los hijos de los agricultores cómo mejorar su propia condición, basados en los recursos que se encuentran a su alcance, y después, si queda tiempo, la extensión exacta del Río Amazonas o la altura del monte Everest.

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