lunes, 21 de septiembre de 2009

El Arroyo Capotillo es Símbolo de Soberanía y Hermandad

Por Sergio Reyes II
16/09/2009

Al abrigo de una irregular vegetación montañosa que a pesar del inclemente asedio del machete todavía se mantiene rozagante y llena de vida, surge, gota a gota, como un cristalino manantial, una corriente de agua que, sin importar el volumen de su caudal, a lo largo de la historia de la República Dominicana ha desempeñado significativos roles protagónicos y que, en materia territorial, para Dajabón, ha tenido importancia fundamental.

Una sólida y compacta elevación de piedra, tierra y abigarrada mezcolanza vegetal, le sirve de cuna y asiento, y desde escarpados confines de casi 600 metros de altura, sus aguas comienzan a descolgarse como un tímido hilillo que poco a poco y con el aporte de las copiosas escorrentías que brotan de la loma, a poco andar adquiere carácter de arroyo o riachuelo.

El Alto de la Paloma, en plena Cordillera Central, se constituye en el nacimiento y punto de partida de esta corriente fluvial con dos denominaciones cuya nacionalidad ha sido reclamada por diferentes naciones y la reivindicación de su progenitura ha dado pie a penosos altercados entre vecinos, en el curso de varios siglos.

Como Arroyo Capotillo o Bernard se le conoce, en una caprichosa denominación dual que lleva impresa en sí misma toda una ensarta de triquiñuelas y rebatiñas territoriales que constituyen capítulos enteros de la historia de dos naciones hermanas, unidas por el cordón umbilical de una raza que, en mayor o menor medida, es la misma y que, por azares del destino, comparten el mismo territorio insular.

Chorros de fresco y cristalino líquido serpentean entre pedruscos y se deslizan al abrigo de profusa arboleda, en la que sobresalen jinas, pomarrosas y algunos esporádicos frutales, arropada por infinidad de bejucos y enredaderas, mientras en las orillas del cauce, descomunales helechos se disputan el terreno junto a múltiples yerbajos y arbustos de toda especie.

La bravura y energía exhibidas por las aguas, corriendo como corcel desbocado a tono con la accidentada topografía circundante, convierten al arroyo en un respetable torrente cuya impetuosidad solo puede ser refrenada, medianamente, por las descomunales rocas que se interponen a su paso en el cauce, formando caprichosos y acogedores charcos y estruendosas y espumantes cascadas y saltos.

El vertiginoso descenso que caracteriza los primeros trechos del curso fluvial, experimenta un cambio gradual, luego de surcar el extremo occidental del poblado de Capotillo y desde allí hasta Los Meguile y alrededores del caserío de Pueblo Nuevo el arroyo desarrolla un recorrido en el que se presenta encajonado en el fondo de una garganta, entre cerros de empinadas laderas, a cada lado.

El furioso desplazamiento de las corrientes acuíferas retumba en el fondo de la barranca, con un vigoroso rugido que se multiplica en la distancia. En tiempos de lluvia, cuando la Madre Naturaleza se exhibe en toda su grandeza bendiciendo el firme de la cordillera y las serranías que la componen, el arroyo baja en creciente, con un golpe de agua que inunda una gran extensión, a todo lo ancho del cauce. En esas ocasiones, no hay ningún mortal que se atreva a jugarse el albur de intentar cruzar este río embravecido.

Siguiendo un zigzagueante recorrido en dirección norte, la corriente fluvial se interna en una vasta extensión de terreno de relativa llanura y con cerritos dispersos, que se conoce como Sabana de Barón; en ese trayecto, corre paralelo con los caseríos de La Peñita, Tamarindo y Don Miguel y la añeja carretera que empalma todos estos asentamientos humanos, desde Capotillo hasta el Cruce de Don Miguel, en la carretera que une a Dajabón con Loma de Cabrera y otros puntos al sur de la provincia.

Más sosegado en su curso y más despejado de vegetación su cauce, el río se inclina un poco hacia el noroeste y, por detrás de la dotación militar de Don Miguel, deposita sus aguas en tributo a otro río de mayor caudal, bravura y respeto, cediéndole, de paso, la continuidad en la enjundiosa misión que había venido desempeñando, desde su nacimiento.

A partir de este punto y hasta su desembocadura en la Bahía de Manzanillo, el Río Dajabón o Masacre continuará definiendo los límites territoriales de la República Dominicana, en confluencia con la República de Haití, como lo había venido haciendo el Río Capotillo o Bernard, desde su nacimiento en el Alto de la Paloma, al suroeste del poblado de Capotillo.

A pesar de no contar con un amplio recorrido, el Río Capotillo tiene en su haber una multifacetica historia de incidencias ocurridas en su estuario o en sus alrededores, a lo largo de los años. En su curso, se desliza por terrenos de paisaje cambiante, que van desde la profusa serranía, con matices de bosque húmedo hasta quedar transformado, en su confluencia con el Masacre, en terrenos de bosque de transición, en donde domina, mayoritariamente, la sabana o llanura. Múltiples riachuelos le ceden sus aguas, a lo largo de su andar, tanto en su lado Este como en el Occidental. Sus frescas y cristalinas aguas y la tranquilidad que caracteriza a su entorno, le convierten en el espacio propicio para el desarrollo y multiplicación de especies acuáticas entre las que sobresalen varias clases de peces de agua dulce, jaibas y camarones, que constituyen la delicia de los lugareños y en la frondosidad de la mayor parte de su rivera, encuentran hábitat propicio las aves y toda clase de especies silvestres como los lagartos, ofidios, arácnidos y batracios.

-II-
Puntal de la Soberanía

En momentos en que en el seno de la Isla Hispaniola se debatía la Cuestión Territorial, a fin de determinar hasta dónde se lograba preservar los dominios de la Colonia Española de Santo Domingo, frente a las crecientes incursiones de aventureros europeos de diferentes nacionalidades –principalmente Franceses e Ingleses-, el curso seguido por este arroyo en su desplazamiento sur-norte ya comenzaba a ser avizorado como un posible puntal, definitorio de los lindes en litigio.

El paso de los años, la dejadez y abandono de las autoridades de la ‘parte española’ y la inexistencia de límites precisos, motivó el establecimiento, en toda la zona de lo que en el presente se conoce como Capotillo y comunidades aledañas, de hacendados franceses dedicados a diversos cultivos agrícolas y a la crianza de ganado. La consolidación de estas explotaciones agrícolas y la llegada y establecimiento de nuevos ‘propietarios’ dio pie a que, con el discurrir del tiempo, una extensa porción de territorio que ocupaba toda la porción sur de la actual provincia Dajabón y que llegaba hasta las inmediaciones de Sabaneta (Santiago Rodríguez), fuese considerada, en esencia, pertenencia francesa.

Profundas y extensas rebatiñas que concluyeron con los Tratados de Ryswick (1697) y Aranjuez (1777) definieron aspectos nodales de la litis fronteriza, como son el establecimiento de los cursos de los ríos Dajabón o Masacre (junto a su afluente Capotillo o Bernard), en el Norte, hasta su desembocadura en la Bahía de Manzanillo, en el Océano Atlántico, así como el Río Pedernales, siguiendo su curso hasta desembocar en el Mar Caribe, por el sur.

El curso de ambos ríos establecía las bases de lo que habría de ser, con el correr del tiempo, la delimitación fronteriza principal y los orígenes del surgimiento de dos naciones diferentes compartiendo una misma isla en el caribe.

Uno de los aspectos nodales a tomar en cuenta en las litis fronterizas lo constituyó el hecho de la nacionalidad reivindicada por los moradores de los terrenos en discusión. Por ello es importante resaltar que, ante el advenimiento de la Revolución de los esclavos negros de la Parte Francesa de la isla y el posterior surgimiento de la República de Haití, en 1804, una gran parte de los hacendados y personas pudientes de origen francés se vieron precisados a emigrar, al serles expropiadas sus fincas y propiedades. Temerosos del riesgo que corrían sus vidas partieron de regreso a Francia, u otros lugares de América y algunos buscaron refugio en la ‘Parte Española’ de la isla, acarreando las pocas pertenencias que pudieron rescatar del conflicto bélico. Otros pocos, establecidos en el vértice o en lugares cercanos a la línea fronteriza, permanecieron en la zona y sin pensarlo dos veces abrazaron la causa española, con todos sus riesgos y consecuencias.

Luego de la proclamación de la República Dominicana, en 1844, y ante el surgimiento de escollos y diferendos en los que estaba en juego una mayor o menor extensión de terreno a favor o en contra de alguna de nuestras naciones, en la continuación de la interminable rebatiña en materia territorial, en cierto momento se llegó a tener como actores estelares a algún descendiente de aquellos colonos franceses que encontraron protección en nuestro suelo o apoyo para permanecer al frente de sus posesiones.

La notable incidencia de personas con apellidos de origen francés, residentes en la zona de Capotillo, Loma de Cabrera, Restauración y otros puntos de la provincia Dajabón, se explica en gran medida por la ocurrencia de aquellos eventos.

En el presente, forman parte de ese multifacético conglomerado de emigrantes que, como la gran mayoría de habitantes de la frontera, llegaron para quedarse.

-III-
Vigilantes solitarios

De trecho en trecho, en lugares seleccionados a ambos lados del cauce del río Capotillo, se encuentran entronizadas unas vetustas estructuras de concreto, de mediana altura, con inscripciones de fechas, nacionalidades y números en secuencia. Son las Pirámides Fronterizas que, con su solemne presencia, establecen a perpetuidad los puntos en donde confluyen las posesiones territoriales de la República de Haití y la República Dominicana.

Al igual que en gran parte de la extensión de la frontera, los hitos que franquean ambas vertientes del arroyo despiertan en el visitante una impresionante sensación de soledad. Confundidos entre la maleza, padeciendo los efectos corrosivos del tiempo y la naturaleza, hastiados de su eterna condición de testigos mudos del transito incesante de las escurridizas siluetas de los emigrantes de hoy, y cómplices, por omisión, del bochornoso espectáculo del trafico de toda clase de mercancías, bajo la benigna y permisiva aquiescencia de las autoridades de ambos lados de la frontera, parecen pedir a gritos por un poco de respeto y atención oficial.

Esas venerables pirámides, que en gran parte simbolizan inenarrables jornadas de conflictos bélicos, acuerdos y desacuerdos, con capítulos tenebrosos de ignominia y maldad, merecen ser, en el presente, antes que recuerdos luctuosos, monumentos a la Paz, la Hermandad y la Confraternidad entre nuestros pueblos.

Y en esos mismos lugares en los que, en épocas felizmente superadas se incubó el terror y se alentó el odio y la persecución entre vecinos, debe brillar la concordia y la colaboración, en pro de un mundo mejor, para nuestros países y nuestras comunidades.

La Patria se enaltece si propicia la paz, la armonía y el entendimiento con nuestros vecinos.

El arroyo Capotillo, Bernard o Sanante –como quiera llamársele- debe dejar de ser un espacio para el cruce fugaz y furtivo de siluetas escurridizas que deambulan en su rivera, arrastrando el pesado fardo del terror y la represión. Es tiempo ya de que sus cristalinas y frescas aguas, sus ensoñadores charcos y sus apacibles remansos sean disfrutados a plenitud y en libertad, a partes iguales, por haitianos y dominicanos.

Así podrán compartir ese tesoro escondido que desde tiempos inmemoriales apenas ha sido disfrutado por aquellos fronterizos que tenemos el privilegio de vivir en sus cercanías.

Que viva la patria y florezca la armonía en la frontera!!

sergioreyII@hotmail.com
09/16/2009; 1:32 p.m. NYC.

1 comentario:

Luís B. Gómez L. dijo...

Aunque en los libros a veces es llamado Capotillo este, los habitantes de la zona lo conocemos como Manatí.