‘ … Toco mi merengue
de noche y de día,
por eso le llaman
La Maya Prendía’
(Del folklor popular).
Como la mayoría de las especies de la gran familia de las bromeliáceas, la Maya es una planta tropical que encuentra su hábitat natural en México, Centro y Sudamérica y teniendo como puente al arco antillano encontró rápida propagación en las Antillas, principalmente en los lugares caracterizados por dilatadas sabanas en donde impera el bosque seco.
Razones de índole socioeconómica y cultural convirtieron esta planta en la opción ideal para ser empleada como cerca viva, que define los limites de posesión en conucos y labranzas e impide –o por lo menos dificulta- el ingreso de intrusos en el perímetro de terrenos privados.
En cuanto a su constitución y apariencia física, puede fácilmente ser confundida con la Piña, otra planta tropical de la misma familia; Sin embargo, a diferencia de ésta, que desarrolla solo un fruto a la vez, la maya pare un racimo compuesto por múltiples frutos, de envoltura amarillenta y cáustico sabor que, por lo general, es desestimada por quienes andan detrás de frutos más apetecibles y provechosos, a pesar de que, luego de ser procesados y licuados, de los frutos de la maya se obtiene una bebida de rico sabor y muy agradable al paladar.
En su etapa de floración produce un hermoso capullo con innúmeras porciones florales de blancuzco color rematadas en los vértices con una coloración ligeramente morada que se eleva desde el centro de la planta.
En contraste con la delicada tonalidad de la flor, la cara interna de las hojas centrales o pencas adquieren una intensa coloración rojiza, anaranjada o de tonalidad fucsia, que coquetea con los destellos del ardiente sol, lo que hace irresistible la mirada hacia esta curiosa plantita.
Altivas y aguerridas hojas lanceoladas, reforzadas por infinidad de espinas a manera de dardos, colocadas simétricamente en el envés de ambos lados, convierten en poco menos que inaccesibles el ingreso en el sagrado recinto protegido por estos punzantes guardianes.
Los corrales, cercas y demás extensiones rurales así resguardadas se constituyen en terreno vedado a intrusos, merodeadores y amigos de lo ajeno, que de todo hay en la Viña del Señor. Y a la vez, dificultan el ingreso a los conucos y sembradíos de cerdos, chivos, aves de corral y otro tipo de crianzas, de esas de libre albedrío que tanto dieron de que hablar en épocas pasadas –y aun siguen dando-.
Sin embargo, tal parece que la peligrosidad de las espinas que por millares adornan las alargadas hojas de esta planta constituye, paragógicamente, el refugio seguro –y el bunker por excelencia diría yo- para las gallinas, guineas, tórtolas, rolones y otra clase de aves que depositan la confianza y seguridad de sus nidadas en la aguerrida y urticante severidad de las afiladas saetas de la maya.
Y al abrigo de este resguardado recinto y contemporizando, sufriendo los percances de hurones, culebras, perros hueveros y otros depredadores y dejando obrar a la ley de selección natural, las citadas ponedoras imponen su aparente terquedad y tozudez y reproducen la especie, dejándonos, a todos, con un palmo de narices y un ejército de bulliciosos y algodonosos polluelos chillando y picoteando sin cesar, en el entorno de la cerca.
Un enjambre de entrometidas enredaderas, entre las que sobresale la Peonía, se disemina por los espacios libres de las hojas de esta arisca e intocable bromeliácea. El brillo nacarado de sus encarnadas frutitas, matizadas con el característico punto negro redondeado, constituirá luego el placer de las matronas y amas de casa, que las lucirán en el fondo de añejas y veneradas lámparas de trasparentes paredes, haciendo compañía al gas querosén, cuya combustión ha de dar paso a la luz para iluminar las noches en los campos y serranías.
Una increíble y poderosa capacidad de adaptación a las inclemencias del tiempo, las continuas sequias y a las condiciones de aridez de terrenos agrestes y de poco drenaje, como los que caracterizan una buena parte de la Línea Noroeste, han convertido a esta curiosa planta en el recurso preferido para ser usado en cercas y delimitación de conucos y patios entre viviendas cercanas, como ya hemos señalado. De tal suerte, se aferra al suelo con fuerza, evitando los deslaves y erosiones que se derivan de la resequedad, con lo cual contribuye a aumentar la calidad y productividad de los terrenos con vocación agrícola.
En ocasiones extremas, la reproducción mimética y desproporcionada de las plántulas originan la creación de espacios saturados, de difícil acceso y control, de poco o ningún uso para el propietario del predio en cuestión. Allí pululan y conviven a sus anchas diferentes especies del reino animal tales como los aguerridos hurones, los taimados ratones, las sigilosas y escurridizas culebras, los peligrosos y tremebundos alacranes y ‘cacatas’ y algún despistado y somnoliento sapo, de esos de voluminosa panza, que hacen guiños con sus giratorios parpados, indiferentes y despreocupados de aquel que les observe e intente alterar la placidez de su reposo.
En estos espacios conformados al azar por la naturaleza expansiva y bienhechora conviven las citadas especies, construyen, algunas, sus nidos y madrigueras y reciben, a veces, la visita impertinente de perros y gatos de las viviendas cercanas, quienes, al parecer, se sienten conturbados e intrigados por el agradable ambiente de libertinaje y autosuficiencia que se respira en estos paradisiacos antros del libre albedrío animal.
Movidas, tal vez, por ese aparente confort y seguridad que ofrecen los enmarañados corredores lineales sembrados de espinosas mayas, es que algunas tercas y despistadas ponedoras como las gallinas, patas y guineas, entre otras, asumen soberanamente la instalación de sus nidos, a contrapelo de los enfurecidos dueños y sin consultar siquiera el parecer de sus consortes. Y hacia allá se van, ‘a coger el monte’, como diría Vitalina. A la inseguridad de la sabana, lidiando con la asechanza de las alimañas que esperan el descuido para sustraer taimadamente los huevos del nido, o, ya grandecitos, caer de improviso sobre las crías que hayan podido sobrevivir.
Y todo ello, oportuno es decirlo, ignorando y despreciando la apacibilidad y control que impera en el ‘soberao’ del rancho, con la seguridad, mimos y cuidados que garantizan los dueños en cuestión.
Cosas de la naturaleza. Aires de libertad o autodeterminación. Libre albedrío?
Motivados por estas poderosas razones y preocupados por imponer la seguridad en los predios y cercenar de raíz cualquier atisbo de disensión, en ciertas ocasiones, en la campiña hay que darle candela a la maya.
Cuando tal exabrupto ocurre, se produce un estremecimiento inimaginable, a todo lo largo del, hasta entonces, paradisiaco lugar. A medida que crecen y se diseminan los furiosos lengüetazos de las llamaradas, despavoridas corren, por sus vidas, todas las especies de la creación que habían encontrado solaz y esparcimiento en este lugar y otros visitantes esporádicos que uno ni siquiera podría imaginar.
Mientras tanto, colocados a ambos lados de las hileras del mayal y apertrechados con palos, machetes y otros utensilios, los participantes en la ‘profiláctica’ labor se mantienen atentos para asestar el golpe definitivo a los chamuscados inquilinos de las madrigueras que corren a tropel, a tontas y a locas y en todas direcciones, sin cuidarse del peligro adicional que les acecha.
Una vez consumado el ‘mayalicidio’, los participantes en el ‘ejemplarizador’ operativo de control y erradicación de plagas y alimañas retornarán al bohío, a sus predios y a sus ocupaciones.
Y protegidas y preservadas por las consentidoras viejas del caserío volverán, también, las ponedoras, con los huevos que se haya podido recuperar o los polluelos que hayan escapado de la voracidad de las llamas.
El continuo repicar de explosiones producidas por la combustión del cáustico jugo del fruto de las mayas al ser envuelto por el abraso implacable de las llamas, se escucha, de manera intermitente, en la lejanía. Destellos anaranjados y con curiosos y repentinos baños de azulosa tonalidad se aposentan en los enmarañados troncos de las aquejadas y quejumbrosas plantas, mientras gruesas columnas de grisáceas y esponjosas nubes de humo se elevan por encima del escenario en donde acaba de ejecutarse el siniestro.
Por varios días y quizás hasta semanas, se mantendrá crepitando, con la candelita por abajo, en una heroica lucha por la sobrevivencia. Y de tal suerte, esta noble y heroica planta que tantos beneficios ha dado –y dará- al campesino dominicano, habrá de levantarse de sus cenizas, un breve lapso de tiempo después, tras el efecto purificador del fuego, a recomponer sus raíces, a levantar nuevos retoños, extender sus espigadas lancetas al cielo y alegrar la campiña con el fulgor y el encanto de sus flores y el discreto y virginal sabor de sus agridulces frutas.
Y en homenaje a las maravillas de la Creación, tendremos ante nosotros el placer de observar, de nuevo, la despampanante e increíble hermosura de la maya, de nuevo prendía!
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A Tatico Henríquez, Fefita La Grande, Agapito Pascual, Francisco Ulloa, Héctor Acosta -El Torito-, Rafaelito Román, Bartolo Alvarado –El cieguito de Nagua-, Querube, Anthony Santos y otros tantos exponentes de nuestro folklore, mi agradecimiento eterno por haber llenado de alegría y emociones a granel el alma de los dominicanos con sus contagiosas descargas musicales. Y de manera especial, por haber cantado con orgullo e interpretar con calidad y un toque de sana picardía el contagioso merengue ‘La Maya Prendía’, originario, de pura cepa, de los campos gloriosos de la Línea Noroeste.
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sergioreyII@hotmail.com
Diciembre 24, 2010; NYC