En esta ocasión queremos extender nuestras más sinceras felicitaciones al escritor Sergio Reyes II, quien colabora para Fondo Grande al Día, por resultar ganador del 3er. lugar en la categoría Periodismo de los Premios FUNGLODE 2009.
Nuestro autor recibió el referido galardón por el artículo "La Vigía: Destellos del Sol Naciente en la Frontera", el cual nos place incluir en esta publicación.
¡Muchas Felicidades, distinguido Sergio!
LA VIGIA:
Destellos del ‘Sol Naciente’ en la frontera.
Por Sergio Reyes II
29/07/2009
-I-
29 de Julio 1956 – 29 de Julio 2009.
Sus rasgos faciales los delatan. El opaco tono de su piel y la intensa negrura en sus cabellos disipan la remota posibilidad de incurrir en algún equívoco. Y si se afina el oído y se le da seguimiento a su inconfundible parloteo se tendrá la plena conciencia de que estamos en presencia de fieles representantes de la Tierra del Sol Naciente, el mítico y distante archipiélago de Japón.
Se mueven a sus anchas por las calles y veredas de este pueblo, que también es el suyo. En las escuelas, sus vástagos calientan butacas junto a nuestros niños y en la glorieta y las calzadas del parque, en los eventos deportivos, las patronales o el carnaval, los mozalbetes de esa raza intercambian impresiones, desarrollan amistades e identifican afinidades y sentimientos comunes con nuestros hijos e hijas, dando paso a relaciones primarias que, con el paso del tiempo, el destino se encargará de definir. –Y que, de hecho, ya ha comenzado a dar sus frutos, contribuyendo a incrementar los niveles demográficos en las estadísticas provinciales, con valiosos exponentes que ostentan, por partida doble, la nacionalidad domínico-japonesa.
Los mayores, un poco más recatados y circunspectos, guardan todavía un celoso apego a tradiciones, costumbres y férreas normas de vida heredadas de sus ancestros y que han sido continuadas a fin de poder mantener el lazo indisoluble con sus raíces culturales allende el océano. Sin embargo, en su trato diario en la comunidad, sus relaciones comerciales o los afanes de la actividad agrícola, se esfuerzan por sostener una relación igualitaria, que les permita amoldarse al medio en que viven y compartir, junto a sus compueblanos, los afanes e incidencias del diario vivir. Sólo en lo interno de sus modestas viviendas, exentas de terrenales e innecesarios lujos propios del consumismo y en la intimidad del núcleo familiar puede entreverse la profunda y aleccionadora firmeza en sus convicciones, profesadas en pleno seno de nuestro terruño por este pujante y emprendedor núcleo de inmigrantes que llegó a la frontera para quedarse y que con más de 50 años de afanes, luchas y alegrías, hoy pueden ostentar, como el que más, su autentica condición de dajaboneros. O domínico-japoneses, para ser más precisos!
Por si aún no lo han adivinado, me refiero a la emprendedora colonia de inmigrantes de nacionalidad japonesa –y sus descendencias-, establecidos en la Colonia Agrícola La Vigía, en la Provincia Dajabón.
-II-
La llegada a territorio dominicano, a partir de 1956, de los primeras brigadas de granjeros y agricultores de origen nipón, así como su posterior establecimiento en diferentes puntos del país, para pasar a engrosar las denominadas Colonias Agrícolas auspiciadas por el gobierno nacional, constituyen un eslabón de la infinita cadena de urdimbres gestadas por el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, en función de sus conveniencias particulares, sus proyectos políticos de expansión y control territorial, y, de manera coyuntural, una muestra de ‘magnanimidad’ y solidaridad para con grupos perseguidos de la población civil o en peligro de exterminio a causa de su condición racial, países afectados por conflictos bélicos internos o que habían sido dramáticamente afectados por la reciente conflagración mundial que había arrastrado a la vorágine a la mayor parte de las naciones industrializadas y transformó la fisonomía de la órbita terrestre en función de la creación de bloques hegemónicos en los que descansaba el poderío de las superpotencias, situación que sumió en el caos y el descalabro económico a aquellos que cargaron con la derrota, y hundió aún más en la miseria a las naciones empobrecidas y subdesarrolladas del ‘tercer mundo’.
En el fondo, estas artimañas formaban parte de una estrategia de ‘maquillaje político’ con la que el tirano pretendía mejorar su deteriorada imagen en momentos en que los gobiernos y entidades internacionales a través de toda América y el mundo aunaban esfuerzos para imponer sanciones políticas y económicas a la República Dominicana y su gobierno por las ejecutorias represivas y dictatoriales con que Trujillo venía conduciendo a la nación, desde su instauración en el poder, en 1930, y, de manera principal, por la ejecución del abominable genocidio perpetrado en pleno territorio nacional en contra de más de 20, 000 nacionales haitianos, en Octubre de 1937.
Acorde con los planes de la dictadura, la nación había sido convertida en una especie de ‘asilo multinacional’, al que arribaron oleadas de refugiados de la Guerra Civil Española ( 3,056 personas, entre los años 1939-1940), judíos que escapaban de las atrocidades del holocausto anti-semita auspiciado por el régimen nacional-fascista de Adolfo Hitler, en Alemania (más de 700 refugiados, en los años 1941, 1944, 1947, 1953 y 1956) y húngaros que padecían la atroz persecución política luego de la fallida revuelta organizada en Hungría, en 1956, en contra del régimen expansionista soviético (582, en 1957); A su vez, en base a acuerdos y componendas entre el dictador español Francisco Franco y su 'compadre’ quisqueyano, se canalizó una nueva oleada migratoria de españoles entre los años 1955 – 1959, que ascendió a un número tope de 4,466 personas.
La política de puertas abiertas a la inmigración masiva auspiciada por el régimen trujillista se insertaba dentro de los planes y lineamientos estratégicos de establecer una ‘muralla humana’ a todo largo de la frontera domínico-haitiana que contribuyese a afianzar y preservar los límites territoriales, y, de manera indirecta, estaba dando curso a sus confesados planes de ‘blanqueamiento’ de la población.
Lo primero se deduce claramente por la ubicación geográfica de las colonias, que, en su gran mayoría, fueron establecidas en los ámbitos territoriales de las provincias fronterizas, desde Pedernales –en el sur- hasta Monte Cristi –en el norte-. A su vez, de manera expresa estaba prohibida la inmigración de personas ‘de color’, dándose preferencia a miembros de ‘raza caucásica’ –es decir, blancos-, de buena salud y, en el caso de los hombres, se estipulaba que debían tener ‘entre 15-50 años’; Obviamente, el déspota también andaba a la caza de ‘padrotes’ que contribuyesen con el blanqueamiento racial, contrarrestando así el elevado numero de pobladores mestizos en la nación.
-III-
- Un imperio en desbandada.
La culminación de la Segunda Guerra Mundial, con la firma de la rendición japonesa el 15 de Agosto de 1945, ponía fin a un sangriento remolino de muerte y destrucción que arrastró a las naciones más poderosas del mundo y dejó sumido al imperio japonés en la más espantosa depresión económica, caracterizada por el incremento en los niveles de pobreza, destrucción masiva de ciudades, centros financieros e industriales, desarticulación de su poderío militar, naval y aéreo y, entre otras cosas, la pérdida de importantes colonias en el nordeste y sudeste asiático.
La repatriación de mas de 7 millones de personas de dichas colonias, el desabastecimiento de alimentos y el incremento del desempleo, colocaron al régimen del Emperador Vitalicio Hirohito en la desesperada posición de gestionar ubicación para esos grandes contingentes humanos empobrecidos por la desastrosa secuela del conflicto bélico.
El proceso inmigratorio se enfocó, de manera principal, hacia destinos en Sudamérica tales como Brasil, Paraguay, Bolivia, Argentina y otras naciones, y en el curso de dicho proceso dieron inicio las negociaciones con el régimen de Trujillo.
-IV-
- ‘Paraíso caribeño’.
Los primeros intentos de colonización auspiciados por el régimen en base al establecimiento de refugiados de guerra e inmigrantes mayoritariamente de nacionalidad española demostraron la poca identificación de estos con las labores agrícolas, particularmente en la lejanía y soledad de la zona fronteriza. Se hizo evidente que la mayoría de aquellos estaban imbuidos de una mentalidad citadina, eran amantes del boato, los corrillos intelectuales y el culto a filosofías políticas contrapuestas a los férreos estamentos de la dictadura.
Por demás, en su gran mayoría, estos sólo buscaban usar a la nación Caribeña como un trampolín que les llevase a otros destinos en Sudamérica, mas a tono con sus actitudes y destrezas.
En ese orden, Trujillo se concentró en buscar ‘campesinos verdaderos’, con conocimientos y habilidades probadas en métodos avanzados de cultivos, manejo de la agropecuaria y la pesca. El conocimiento referencial que tenía sobre ciertos aspectos de la cultura japonesa y su manejo de innovadoras técnicas agrícolas le hizo encaminar los pasos en esa dirección, y en el transcurso del año 1954 el gobierno dominicano extendió un ofrecimiento público al régimen imperial japonés para recibir colonos de esa nación y establecerlos en suelo quisqueyano.
Se nombraron comisiones oficiales bilaterales que procedieron a explorar el alcance del ofrecimiento, las condiciones que debían reunir los aspirantes a colonos y a definir las mutuas obligaciones contractuales entre ambos gobiernos contratantes.
Como resultado de iniciales negociaciones encaminadas por Tsukasa Uetsuka, ante el gobierno de Trujillo, se obtuvo la promesa de que la República Dominicana concedería a los inmigrantes japoneses ‘plenos derechos, asistencia financiera y vivienda’; acorde con ello, ‘5,000 familias de granjeros podrían emigrar’ de inmediato al país.
Adicionales estipulaciones establecieron las responsabilidades siguientes entre los gobiernos dominicano y japonés:
-El gobierno dominicano aceptaba aportar una casa amueblada, 300 tareas de tierras (previamente acondicionadas y listas para la siembra) y RD $ 0.60 diarios por familia, durante los primeros seis meses a partir del asentamiento; Además, exención de impuestos para los artículos que los colonos pudiesen acarrear desde Japón.
-De su parte, el gobierno nipón se hacía responsable del reclutamiento y selección de los inmigrantes, los costos de transportación, pasajes y supervisión de las facilidades e instalaciones de los asentamientos.
A fin de motivar y estimular la emigración se desató una amplia y vistosa campaña de difusión publicitaria en los periódicos japoneses en los que se aludía a la República Dominicana como un ‘paraíso caribeño’, que, de hecho, se hacía más atractivo por los favorables incentivos ofertados por el gobierno dominicano.
A tono con las ‘bondades’ publicitadas, uno de los primeros colonos, que respondía al nombre de Noburu Uda, contribuyó a la descripción de la isla como una ‘tierra de ilimitadas oportunidades’. Con exageradas palabras describió su nuevo hogar como un paraíso, con casas limpias y aseadas, mobiliario completo así como utensilios de cocina y ropa de cama. A su decir, las condiciones de trabajo eran buenas y se contaba con suficientes alimentos y a bajo precio.
El reclutamiento de los potenciales inmigrantes fue, en extremo riguroso. Los grupos familiares debían contar con ‘no menos de 3 hombres entre los 15 y 50 años, calificados para el trabajo’; no se aceptaban los solteros o personas individuales, aunque un hermano u otro relacionado podía ser incluido como miembro en el interés de configurar un núcleo familiar que cumpliese los requerimientos exigidos. Se enfatizaba en el enrolamiento de trabajadores, en particular granjeros –agricultores- y pescadores.
La ciudad y puerto de Yokohama, en la porción central del litoral oriental del archipiélago japonés fué dispuesto como el punto de concentración y partida de los grupos de futuros colonos que habían salido airosos en el proceso de selección. De allí habrían de zarpar hacia el distante mar caribe, siguiendo los dictados de un sueño de mejoría social y de superación de los traumas derivados del conflicto bélico.
Un ambiente de gran expectación reinaba por aquellos días en las calles y plazas de Yokohama, así como en el congestionado entorno portuario. Familias enteras, entre las que se contaban algunos que por primer vez se alejaban del lar nativo o se internaban en el complicado mundo citadino, se mantenían a la espera de la salida del primer contingente, que se habría de realizar en barco. Conscientes de que estaban en el umbral del inicio de una nueva vida, algunos habían tenido que vender parte de sus pertenencias y desembarazarse de aquellas cosas materiales que hubiesen dificultado la partida. En sus humildes valijas llevaban apenas los imprescindibles artículos personales, herramientas de trabajo y los retratos y nostalgias que pudiesen encontrar cabida en el baúl de los recuerdos.
Y se hicieron a la mar, buscando, también, la visa para un sueño.
Surcando las aguas del Océano Pacifico y atravesando el Canal de Panamá, luego de varias semanas en el horizonte se avistó la silueta de la isla, y arribaron a la Ciudad Capital –por aquellos años denominada Ciudad Trujillo- el 29 de julio de 1956.
-V-
Luego de un aparatoso recibimiento, acorde con los intereses publicitarios del ‘Jefe’, se procedió a dar curso a la etapa de traslado y posesionamiento de los trabajadores nipones en las colonias que habían sido establecidas previamente en diferentes puntos del país, y, de manera prioritaria, como ya hemos señalado, en lugares estratégicos a lo largo de la frontera.
Con Dicha medida se buscaba dispersar a los inmigrantes, para reforzar su asimilación e integración con la población nativa y bloquear o diluir el surgimiento de posibles disidencias; además de que, con su presencia física y la vigilancia y preservación de los bienes que les estaban siendo asignados contribuyesen a reforzar el pretendido muro de contención del ‘avance haitiano’ en nuestras tierras.
Pepillo Salcedo, La Vigía, la Altagracia, Agua Negra, La Colonia, Plaza Cacique, Hoya de Enriquillo, Constanza y Jarabacoa fueron los destinos finales a donde habrían de ir a recalar los diferentes grupos de colonos nipones que arribaron al país en diferentes partidas entre los años 1956 – 1959. ( * )
(*).- (1956/414, 1957/362, 1958/420 y 1959/123).
A tono con las proyecciones iniciales así como con la particular planificación esbozada por Trujillo y corroborada por los ministros de su gobierno y sus mas cercanos asesores en materia agropecuaria, se contemplaba concentrar la producción de cada una de las colonias en el fomento de rubros específicos, en el entendido de que de esta forma podrían obtenerse resultados mas provechosos.
En el caso que nos ocupa, el primer contingente de 28 familias que arribaron al país a finales de Julio de 1956 fueron trasladados de inmediato a La Vigía, en Dajabón y allí habrían de concentrarse en cultivos de Arroz y Maní, principalmente. Otros contingentes que arribaron a finales de ese mismo año fueron destinados a cultivos de hortalizas (en Constanza) y a actividades de pesca y afines (en Pepillo Salcedo –Manzanillo); Por su parte, las restantes colonias probaron suerte con otros rubros agrícolas.
En el transcurso del periplo 1956-1959 el ingreso de ciudadanos japoneses se incrementó hasta llegar a una cifra tope de 1,319 personas. Sin embargo, en Marzo de 1960 el gobierno dominicano desestimó darle curso a la solicitud de envío de nuevos grupos de granjeros tramitado por las autoridades niponas, a pesar de que Trujillo había expresado en más de una ocasión su disposición de recibir hasta 25, 000 colonos.
La explosiva situación política por la que atravesaba el régimen, caracterizada por una creciente oposición interna y externa, descrédito y aislamiento internacional y surgimiento de significativos focos conspirativos exigían que éste concentrase sus esfuerzos en atender aspectos más acuciantes y perentorios para la propia estabilidad del régimen, que su fementida y demagógica gestión ‘humanitaria’.
-VI-
- Los hijos del ‘Sol Naciente’ en La Vigía.
El proceso de adaptación de los nipones en las tierras que les fueron asignadas fue lento y, en cierto modo, tortuoso. Pronto habrían de darse cuenta de que una gran parte de las ‘paradisíacas’ ventajas pregonadas por la dictadura no eran más que pura palabrería demagógica.
El monto y la extensión de los predios agrícolas era menor que lo prometido. El sistema de irrigación, inadecuado y el tamaño de las viviendas precariamente garantizaba la coexistencia de grupos familiares en crecimiento. En cuanto al aspecto agrícola, la calidad de la tierra era pobre, con terrenos malos, pedregosos y un escaso y deficiente suministro de agua que les llegaba por una red de caños y canales construidos unos años antes por el régimen y que se alimentaba desde el fronterizo río Masacre.
El traslado de los productos hacia los mercados se dificultaba grandemente debido a que entre la colonia y la ciudad median unos 7 kilómetros. A ello se sumaba el hecho de que las cosechas de maní no llenaban las expectativas, debido a la citada deficiencia en las condiciones del terreno y la poca destreza de los nipones en este tipo de cultivos.
Por demás, no fueron satisfechas las promesas de construcción de escuelas específicas dirigidas a los párvulos en edad de instrucción ni las facilidades médicas u hospitalarias para los residentes en el caserío.
A las naturales dificultades propias del proceso de adaptación e interacción de comunidades con lengua y culturas disímiles se sumó el fantasma de las ancestrales enemistades domínico-haitianas, y en ese orden, a los japoneses les tocó la difícil situación de asumir una posición neutral ante la ocurrencia de altercados o conflictos en los que estuviesen presentes estos elementos, tanto frente a nacionales haitianos como en la interacción con los propios vecinos dominicanos.
La colonia de pescadores de Pepillo Salcedo tuvo que enfrentar las dificultades del reducido volumen de pesca en el área de la desembocadura del río Masacre y la bahía de Manzanillo, como consecuencia, principalmente, de las operaciones del puerto y por no contar con los equipos y embarcaciones adecuadas para lanzarse a la faena, mar adentro.
Los cultivos menores como batata, yuca, plátanos, legumbres y otras cosechas específicas como el tabaco apenas alcanzaban para el consumo y un reducido nivel de ventas, las que tenían que canalizar por sus propios medios, trasladando dichos rubros a los poblados cercanos en rústicos carretones de madera elaborados por los propios colonos.
Sin dejarse arredrar por las inconveniencias del diario vivir, algunos productores con visión de futuro pusieron la mira en el arriendo –con futura opción de compra- de terrenos con mejores condiciones e irrigación, para destinarlos a la cosecha de arroz y otros rubros tales como la siembra de hortalizas.
Para su desaliento descubrieron que luego de disponer inversión de tiempo, y dinero en el acondicionamiento de las tierras, ante los resultados favorables obtenidos, los propietarios de los predios empezaron a especular de forma abusiva con el aumento en los montos acordados inicialmente, lo cual enfureció profundamente a los nipones, ante tan descarada estafa.
A partir del surgimiento de los primeros conatos de disgusto, los nipones dieron curso a las reclamaciones de lugar, por ante la representación consular de su país en la República Dominicana. Estas quejas fueron canalizadas en aras de encontrar las soluciones adecuadas, según el caso, pero lo cierto es que, en su gran mayoría, estos reclamos fueron engavetados y dejados en el olvido. El régimen parecía estar más interesado en la creación acelerada de nuevas colonias, antes que en prestar atención a las urgentes necesidades de las ya establecidas.
A todo esto, amplios sectores de la población que padecían el flagelo galopante del hambre y la pobreza, censuraban, por lo bajo, la benevolencia de Trujillo para con los inmigrantes extranjeros, pues, al decir de los quejosos, a estos se les daba, a manos llenas, lo que se les negaba a los dominicanos.
Conocedores de la naturaleza emotiva del dictador, a quien el mas leve reclamo o reconvención podría llevarle a cometer las mas descabelladas atrocidades de imprevisibles consecuencias, los representantes diplomáticos del imperio nipón en el país se anduvieron con cuidado y optaron por hacerse de la vista gorda, ante el cúmulo de reclamaciones tramitadas por sus connacionales, o, en el menor de los casos, canalizaron por cuenta propia la ejecución de algunos correctivos y paliativos que contribuyesen a mejorar la calidad de vida de los quejosos.
Ante tan negro panorama, cundió el desaliento generalizado.
El sentimiento de frustración que embargó a los colonos nipones se explica por el hecho de que, siendo portadores de una cultura milenaria, con arraigados valores del honor, la responsabilidad y el cumplimiento de la palabra empeñada, no podían concebir el descaro e irrespeto con que eran manejados sus justificados reclamos. Ante la evidente desprotección y abandono a su suerte en que habían quedado a causa de la pusilánime postura de sus delegados consulares, muchos colonos optaron por la claudicación, abandonaron los predios e iniciaron gestiones para salir del país y regresar a Japón o dirigirse a otros destinos, principalmente en Sudamérica.
En medio de ese proceso, la Nación fue sacudida con la impactante noticia del ajusticiamiento de Trujillo, el 30 de mayo de 1961, a manos de un grupo de valientes que, por diversas razones, echó por la borda sus nexos con la dictadura y decidió inmortalizar sus nombres en la memoria histórica de los dominicanos.
El país quedó sumido en un delicado proceso de reconstrucción y recomposición que incluyó un paulatino cambio de mandos a fin de desalojar de las riendas del poder a los remanentes de la tiranía, en el orden familiar, político y militar.
Como es natural, la canalización del limitado apoyo que habían venido recibiendo los colonos encontró entonces mayores dificultades para concretizarse, puesto que la atención del país y sus nuevos ejecutivos estaba cifrada en asuntos más prioritarios. En estas circunstancias y con la cautela que el caso demandaba, el gobierno nipón dió inicio a un silencioso proceso de repatriación de sus nacionales, a partir de octubre de 1961 y ya para el año 1962 habían regresado a Japón 672 personas, 377 habían sido trasladados a algunos destinos en América del sur, en donde habrían de establecer domicilio definitivo y una cantidad que ha sido establecida en 276 colonos optaron por permanecer en territorio dominicano.
-VII-
-‘La Guardia Imperial no se rinde jamás!’-.
Qué poderosas razones influyeron para que estos indoblegables colonos persistiesen en seguir enlazando sus destinos junto a los de este sufrido pueblo, a pesar de su duro batallar por salir adelante y los múltiples obstáculos encontrados en el camino?
Algunos analistas de esta epopeya han señalado como el factor principal el hecho de que la mayor parte de dichos inmigrantes provenían de antiguas colonias japonesas tales como Filipinas, Manchurria y otros puntos en el Este y el sudeste asiático que como consecuencia de la guerra y la derrota sufrida por el Japón, habían pasado a ser regenteadas por otras naciones y que, por ende, esta situación descartaba de plano el regreso a dichos lugares. Por demás, eran escasos o inexistentes los nexos afectivos o materiales que pudiesen motivarles a regresar a la metrópolis.
En definitiva, asumieron la decisión suprema de permanecer en la isla, ‘con lo poco o mucho que el país pudiera ofrecerles’, dispuestos, más que nada, a perseverar en el trabajo, como mecanismo para alcanzar sus aspiraciones básicas.
Contra viento y marea, aquellos dignos campesinos estaban dispuestos a ‘aguantar lo inaguantable y soportar lo insoportable’ en aras de su ideal.
-VIII-
-‘Por grandes que sean los problemas, siempre habrá un mañana mejor, si trabajamos para ello’.
Con motivo de la celebración, en 1981, del 25vo. Aniversario de su llegada al país los colonos de La Vigía construyeron en pleno centro del caserío un monumento conmemorativo de dicha fecha, gesto con el que resaltaban el orgullo por su condición de japoneses y el agradecimiento por el trato y la acogida recibida en estas tierras.
Para esos años, la población nipona en el país correspondiente a los inmigrantes originales y sus descendencias había ascendido a 641 y ya para el 1985 sobrepasaba los 670, de los cuales 390 habían nacido en territorio nacional, respondiendo, por tanto, a la doble nacionalidad dominico-japonesa, acorde a las leyes y tratados vigentes. Para 1991 los cómputos arrojaban un estimado de 831 personas, y en el presente ya supera los 900 individuos.
A pesar de las estrictas reglamentaciones que en el orden cultural caracterizan las relaciones entre individuos de origen asiático y los de otras nacionalidades, tal parece que la fraterna convivencia y el hecho de compartir sueños e inquietudes comunes dió paso a relaciones interpersonales más estrechas. Ello ha motivado, en gran medida, el incremento de los matrimonios interraciales con dominicanos(as), cuyas descendencias responden a la nacionalidad dominico-japonesa por partida doble.
La celebración, en años recientes, del 50vo. Aniversario de su llegada constituyó el punto de partida para dar a conocer al mundo las gestiones en reclamo de indemnización encaminadas por las entidades que agrupan a los japoneses en el país, frente a las autoridades del gobierno en su nación de origen. La argumentación central de dicha demanda estaba cimentada en que habían sido abandonados a su suerte por parte de su gobierno, luego de este haberles alentado a emigrar a República Dominicana en base a promesas que, en el fondo, no se correspondieron con la realidad.
El gobierno japonés arribó a un honroso acuerdo con los demandantes, mediante el que se estipuló la entrega de una compensación en metálico tanto para los repatriados como para los que permanecieron el país, y se extendió una excusa pública de parte del incumbente del Ejecutivo, el Primer Ministro Junichiro Koizumi.
Con sus alzas y sus bajas los japoneses de La Vigía y de otros puntos del país se han mantenido fieles a sus principios y sus normas morales, contribuyendo con el engrandecimiento de esta nación, que también es la suya. En mayor o menor medida la fortuna les ha favorecido. Su destreza e innovación en los métodos de cultivo de arroz les ha llevado a la administración exitosa de fincas arroceras y factorías y a producir diferentes variedades del cereal, de gran calidad y rendimiento, experiencias que, a su vez, han sido implementadas por técnicos y profesionales del agro en otros puntos del país y sirven como base de experimentación en universidades e instituciones dedicadas al fomento agrícola.
Otro tanto ocurre con los cultivos de hortalizas, flores y fresas, desarrolladas, de manera principal, en Constanza, por un puñado de nipones visionarios que, al igual que los de Dajabón, decidieron permanecer en el país confiados en sus propios recursos y en sus capacidades de trabajo.
A fin de no reincidir en errores del pasado, las representaciones consulares del gobierno japonés han dado curso a la canalización de una serie de acuerdos y convenios que se concretizan en ayudas financieras, cesión de maquinarias y tecnología para encaminar proyectos comunitarios que gravitan en beneficio de los colonos y las comunidades en que estos residen y por extensión, de la población en general.
-IX-
-‘Domínico-Japoneses’.
La enseñanza que arroja esta odisea es que, independientemente del éxito y los logros que de manera rimbombante le endilgaban los áulicos de la tiranía al resultado obtenido en las colonias agrícolas, si hay algo que alabar es, antes que nada, el arrojo, dedicación y capacidad de lucha ante la adversidad demostrada por esos humildes agricultores que llegaron desde distantes lugares hasta la frontera a abonar el surco redentor con el sudor de sus frentes y el impulso de su convicción.
Sin amilanarse ante las adversidades de la vida diaria en tierras extrañas y enfrentando los obstáculos del terreno en que les tocó vivir, muchos de ellos se negaron a rendirse y se mantuvieron imperturbables al frente de sus predios. Una parte significativa de aquellos valerosos inmigrantes aún permanecen en La Vigía y otros puntos del país, inspirados por el espíritu de Japón y bañados por los destellos luminosos del sol naciente, que acompaña sus pasos en su peregrinar por estas tierras.
Otros, fueron cayendo en el camino y desde las fosas de los humildes cementerios de las comunidades a las que ofrendaron sus afanes e ilusiones aún animan a los que quedan allí y a sus descendientes, a seguir adelante, engrandeciendo a esta Patria, que también es suya.
Emulando a los gloriosos soldados del Ejército Imperial, los hombres y mujeres de La Vigía demostraron, con su ejemplo, ‘que los japoneses no se rinden, incluso cuando se enfrentan a desventajas insuperables’ y que, a pesar de estar en tierras lejanas el espíritu y la convicción les animaban a seguir adelante.
-X-
-‘Arigato!!’-
Las manecillas del reloj avanzan vertiginosamente mientras concentro mis esfuerzos en dar los toques finales a este texto, antes de que concluya el día. Con el paso de las horas, el voluminoso fardo con las reseñas, relatos e informaciones sobre este apasionante tema amenaza con desbordar la extensión del trabajo y agotar los límites de benevolencia y comprensión de los hospederos digitales y otros medios que amablemente dan esporádica cabida a mis escritos.
He dejado en el tintero algunos aspectos y referencias sobre la épica jornada llevada a cabo por los indoblegables nipones en suelo dominicano, haciéndome a mí mismo la promesa de retomarlas en el futuro, en trabajos más extensos.
Por tanto, al conmemorarse un nuevo aniversario de su llegada a suelo patrio, quiero terminar extendiendo un efusivo abrazo a esos valerosos hombres y mujeres domínico-japoneses y en especial, a los que aún permanecen en La Vigía, en reconocimiento a su tesón, honradez, rectitud y la sana convivencia que han sabido mantener con sus vecinos y compueblanos.
sergioreyII@hotmail.com
Nuestro autor recibió el referido galardón por el artículo "La Vigía: Destellos del Sol Naciente en la Frontera", el cual nos place incluir en esta publicación.
¡Muchas Felicidades, distinguido Sergio!
LA VIGIA:
Destellos del ‘Sol Naciente’ en la frontera.
Por Sergio Reyes II
29/07/2009
-I-
29 de Julio 1956 – 29 de Julio 2009.
Sus rasgos faciales los delatan. El opaco tono de su piel y la intensa negrura en sus cabellos disipan la remota posibilidad de incurrir en algún equívoco. Y si se afina el oído y se le da seguimiento a su inconfundible parloteo se tendrá la plena conciencia de que estamos en presencia de fieles representantes de la Tierra del Sol Naciente, el mítico y distante archipiélago de Japón.
Se mueven a sus anchas por las calles y veredas de este pueblo, que también es el suyo. En las escuelas, sus vástagos calientan butacas junto a nuestros niños y en la glorieta y las calzadas del parque, en los eventos deportivos, las patronales o el carnaval, los mozalbetes de esa raza intercambian impresiones, desarrollan amistades e identifican afinidades y sentimientos comunes con nuestros hijos e hijas, dando paso a relaciones primarias que, con el paso del tiempo, el destino se encargará de definir. –Y que, de hecho, ya ha comenzado a dar sus frutos, contribuyendo a incrementar los niveles demográficos en las estadísticas provinciales, con valiosos exponentes que ostentan, por partida doble, la nacionalidad domínico-japonesa.
Los mayores, un poco más recatados y circunspectos, guardan todavía un celoso apego a tradiciones, costumbres y férreas normas de vida heredadas de sus ancestros y que han sido continuadas a fin de poder mantener el lazo indisoluble con sus raíces culturales allende el océano. Sin embargo, en su trato diario en la comunidad, sus relaciones comerciales o los afanes de la actividad agrícola, se esfuerzan por sostener una relación igualitaria, que les permita amoldarse al medio en que viven y compartir, junto a sus compueblanos, los afanes e incidencias del diario vivir. Sólo en lo interno de sus modestas viviendas, exentas de terrenales e innecesarios lujos propios del consumismo y en la intimidad del núcleo familiar puede entreverse la profunda y aleccionadora firmeza en sus convicciones, profesadas en pleno seno de nuestro terruño por este pujante y emprendedor núcleo de inmigrantes que llegó a la frontera para quedarse y que con más de 50 años de afanes, luchas y alegrías, hoy pueden ostentar, como el que más, su autentica condición de dajaboneros. O domínico-japoneses, para ser más precisos!
Por si aún no lo han adivinado, me refiero a la emprendedora colonia de inmigrantes de nacionalidad japonesa –y sus descendencias-, establecidos en la Colonia Agrícola La Vigía, en la Provincia Dajabón.
-II-
La llegada a territorio dominicano, a partir de 1956, de los primeras brigadas de granjeros y agricultores de origen nipón, así como su posterior establecimiento en diferentes puntos del país, para pasar a engrosar las denominadas Colonias Agrícolas auspiciadas por el gobierno nacional, constituyen un eslabón de la infinita cadena de urdimbres gestadas por el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, en función de sus conveniencias particulares, sus proyectos políticos de expansión y control territorial, y, de manera coyuntural, una muestra de ‘magnanimidad’ y solidaridad para con grupos perseguidos de la población civil o en peligro de exterminio a causa de su condición racial, países afectados por conflictos bélicos internos o que habían sido dramáticamente afectados por la reciente conflagración mundial que había arrastrado a la vorágine a la mayor parte de las naciones industrializadas y transformó la fisonomía de la órbita terrestre en función de la creación de bloques hegemónicos en los que descansaba el poderío de las superpotencias, situación que sumió en el caos y el descalabro económico a aquellos que cargaron con la derrota, y hundió aún más en la miseria a las naciones empobrecidas y subdesarrolladas del ‘tercer mundo’.
En el fondo, estas artimañas formaban parte de una estrategia de ‘maquillaje político’ con la que el tirano pretendía mejorar su deteriorada imagen en momentos en que los gobiernos y entidades internacionales a través de toda América y el mundo aunaban esfuerzos para imponer sanciones políticas y económicas a la República Dominicana y su gobierno por las ejecutorias represivas y dictatoriales con que Trujillo venía conduciendo a la nación, desde su instauración en el poder, en 1930, y, de manera principal, por la ejecución del abominable genocidio perpetrado en pleno territorio nacional en contra de más de 20, 000 nacionales haitianos, en Octubre de 1937.
Acorde con los planes de la dictadura, la nación había sido convertida en una especie de ‘asilo multinacional’, al que arribaron oleadas de refugiados de la Guerra Civil Española ( 3,056 personas, entre los años 1939-1940), judíos que escapaban de las atrocidades del holocausto anti-semita auspiciado por el régimen nacional-fascista de Adolfo Hitler, en Alemania (más de 700 refugiados, en los años 1941, 1944, 1947, 1953 y 1956) y húngaros que padecían la atroz persecución política luego de la fallida revuelta organizada en Hungría, en 1956, en contra del régimen expansionista soviético (582, en 1957); A su vez, en base a acuerdos y componendas entre el dictador español Francisco Franco y su 'compadre’ quisqueyano, se canalizó una nueva oleada migratoria de españoles entre los años 1955 – 1959, que ascendió a un número tope de 4,466 personas.
La política de puertas abiertas a la inmigración masiva auspiciada por el régimen trujillista se insertaba dentro de los planes y lineamientos estratégicos de establecer una ‘muralla humana’ a todo largo de la frontera domínico-haitiana que contribuyese a afianzar y preservar los límites territoriales, y, de manera indirecta, estaba dando curso a sus confesados planes de ‘blanqueamiento’ de la población.
Lo primero se deduce claramente por la ubicación geográfica de las colonias, que, en su gran mayoría, fueron establecidas en los ámbitos territoriales de las provincias fronterizas, desde Pedernales –en el sur- hasta Monte Cristi –en el norte-. A su vez, de manera expresa estaba prohibida la inmigración de personas ‘de color’, dándose preferencia a miembros de ‘raza caucásica’ –es decir, blancos-, de buena salud y, en el caso de los hombres, se estipulaba que debían tener ‘entre 15-50 años’; Obviamente, el déspota también andaba a la caza de ‘padrotes’ que contribuyesen con el blanqueamiento racial, contrarrestando así el elevado numero de pobladores mestizos en la nación.
-III-
- Un imperio en desbandada.
La culminación de la Segunda Guerra Mundial, con la firma de la rendición japonesa el 15 de Agosto de 1945, ponía fin a un sangriento remolino de muerte y destrucción que arrastró a las naciones más poderosas del mundo y dejó sumido al imperio japonés en la más espantosa depresión económica, caracterizada por el incremento en los niveles de pobreza, destrucción masiva de ciudades, centros financieros e industriales, desarticulación de su poderío militar, naval y aéreo y, entre otras cosas, la pérdida de importantes colonias en el nordeste y sudeste asiático.
La repatriación de mas de 7 millones de personas de dichas colonias, el desabastecimiento de alimentos y el incremento del desempleo, colocaron al régimen del Emperador Vitalicio Hirohito en la desesperada posición de gestionar ubicación para esos grandes contingentes humanos empobrecidos por la desastrosa secuela del conflicto bélico.
El proceso inmigratorio se enfocó, de manera principal, hacia destinos en Sudamérica tales como Brasil, Paraguay, Bolivia, Argentina y otras naciones, y en el curso de dicho proceso dieron inicio las negociaciones con el régimen de Trujillo.
-IV-
- ‘Paraíso caribeño’.
Los primeros intentos de colonización auspiciados por el régimen en base al establecimiento de refugiados de guerra e inmigrantes mayoritariamente de nacionalidad española demostraron la poca identificación de estos con las labores agrícolas, particularmente en la lejanía y soledad de la zona fronteriza. Se hizo evidente que la mayoría de aquellos estaban imbuidos de una mentalidad citadina, eran amantes del boato, los corrillos intelectuales y el culto a filosofías políticas contrapuestas a los férreos estamentos de la dictadura.
Por demás, en su gran mayoría, estos sólo buscaban usar a la nación Caribeña como un trampolín que les llevase a otros destinos en Sudamérica, mas a tono con sus actitudes y destrezas.
En ese orden, Trujillo se concentró en buscar ‘campesinos verdaderos’, con conocimientos y habilidades probadas en métodos avanzados de cultivos, manejo de la agropecuaria y la pesca. El conocimiento referencial que tenía sobre ciertos aspectos de la cultura japonesa y su manejo de innovadoras técnicas agrícolas le hizo encaminar los pasos en esa dirección, y en el transcurso del año 1954 el gobierno dominicano extendió un ofrecimiento público al régimen imperial japonés para recibir colonos de esa nación y establecerlos en suelo quisqueyano.
Se nombraron comisiones oficiales bilaterales que procedieron a explorar el alcance del ofrecimiento, las condiciones que debían reunir los aspirantes a colonos y a definir las mutuas obligaciones contractuales entre ambos gobiernos contratantes.
Como resultado de iniciales negociaciones encaminadas por Tsukasa Uetsuka, ante el gobierno de Trujillo, se obtuvo la promesa de que la República Dominicana concedería a los inmigrantes japoneses ‘plenos derechos, asistencia financiera y vivienda’; acorde con ello, ‘5,000 familias de granjeros podrían emigrar’ de inmediato al país.
Adicionales estipulaciones establecieron las responsabilidades siguientes entre los gobiernos dominicano y japonés:
-El gobierno dominicano aceptaba aportar una casa amueblada, 300 tareas de tierras (previamente acondicionadas y listas para la siembra) y RD $ 0.60 diarios por familia, durante los primeros seis meses a partir del asentamiento; Además, exención de impuestos para los artículos que los colonos pudiesen acarrear desde Japón.
-De su parte, el gobierno nipón se hacía responsable del reclutamiento y selección de los inmigrantes, los costos de transportación, pasajes y supervisión de las facilidades e instalaciones de los asentamientos.
A fin de motivar y estimular la emigración se desató una amplia y vistosa campaña de difusión publicitaria en los periódicos japoneses en los que se aludía a la República Dominicana como un ‘paraíso caribeño’, que, de hecho, se hacía más atractivo por los favorables incentivos ofertados por el gobierno dominicano.
A tono con las ‘bondades’ publicitadas, uno de los primeros colonos, que respondía al nombre de Noburu Uda, contribuyó a la descripción de la isla como una ‘tierra de ilimitadas oportunidades’. Con exageradas palabras describió su nuevo hogar como un paraíso, con casas limpias y aseadas, mobiliario completo así como utensilios de cocina y ropa de cama. A su decir, las condiciones de trabajo eran buenas y se contaba con suficientes alimentos y a bajo precio.
El reclutamiento de los potenciales inmigrantes fue, en extremo riguroso. Los grupos familiares debían contar con ‘no menos de 3 hombres entre los 15 y 50 años, calificados para el trabajo’; no se aceptaban los solteros o personas individuales, aunque un hermano u otro relacionado podía ser incluido como miembro en el interés de configurar un núcleo familiar que cumpliese los requerimientos exigidos. Se enfatizaba en el enrolamiento de trabajadores, en particular granjeros –agricultores- y pescadores.
La ciudad y puerto de Yokohama, en la porción central del litoral oriental del archipiélago japonés fué dispuesto como el punto de concentración y partida de los grupos de futuros colonos que habían salido airosos en el proceso de selección. De allí habrían de zarpar hacia el distante mar caribe, siguiendo los dictados de un sueño de mejoría social y de superación de los traumas derivados del conflicto bélico.
Un ambiente de gran expectación reinaba por aquellos días en las calles y plazas de Yokohama, así como en el congestionado entorno portuario. Familias enteras, entre las que se contaban algunos que por primer vez se alejaban del lar nativo o se internaban en el complicado mundo citadino, se mantenían a la espera de la salida del primer contingente, que se habría de realizar en barco. Conscientes de que estaban en el umbral del inicio de una nueva vida, algunos habían tenido que vender parte de sus pertenencias y desembarazarse de aquellas cosas materiales que hubiesen dificultado la partida. En sus humildes valijas llevaban apenas los imprescindibles artículos personales, herramientas de trabajo y los retratos y nostalgias que pudiesen encontrar cabida en el baúl de los recuerdos.
Y se hicieron a la mar, buscando, también, la visa para un sueño.
Surcando las aguas del Océano Pacifico y atravesando el Canal de Panamá, luego de varias semanas en el horizonte se avistó la silueta de la isla, y arribaron a la Ciudad Capital –por aquellos años denominada Ciudad Trujillo- el 29 de julio de 1956.
-V-
Luego de un aparatoso recibimiento, acorde con los intereses publicitarios del ‘Jefe’, se procedió a dar curso a la etapa de traslado y posesionamiento de los trabajadores nipones en las colonias que habían sido establecidas previamente en diferentes puntos del país, y, de manera prioritaria, como ya hemos señalado, en lugares estratégicos a lo largo de la frontera.
Con Dicha medida se buscaba dispersar a los inmigrantes, para reforzar su asimilación e integración con la población nativa y bloquear o diluir el surgimiento de posibles disidencias; además de que, con su presencia física y la vigilancia y preservación de los bienes que les estaban siendo asignados contribuyesen a reforzar el pretendido muro de contención del ‘avance haitiano’ en nuestras tierras.
Pepillo Salcedo, La Vigía, la Altagracia, Agua Negra, La Colonia, Plaza Cacique, Hoya de Enriquillo, Constanza y Jarabacoa fueron los destinos finales a donde habrían de ir a recalar los diferentes grupos de colonos nipones que arribaron al país en diferentes partidas entre los años 1956 – 1959. ( * )
(*).- (1956/414, 1957/362, 1958/420 y 1959/123).
A tono con las proyecciones iniciales así como con la particular planificación esbozada por Trujillo y corroborada por los ministros de su gobierno y sus mas cercanos asesores en materia agropecuaria, se contemplaba concentrar la producción de cada una de las colonias en el fomento de rubros específicos, en el entendido de que de esta forma podrían obtenerse resultados mas provechosos.
En el caso que nos ocupa, el primer contingente de 28 familias que arribaron al país a finales de Julio de 1956 fueron trasladados de inmediato a La Vigía, en Dajabón y allí habrían de concentrarse en cultivos de Arroz y Maní, principalmente. Otros contingentes que arribaron a finales de ese mismo año fueron destinados a cultivos de hortalizas (en Constanza) y a actividades de pesca y afines (en Pepillo Salcedo –Manzanillo); Por su parte, las restantes colonias probaron suerte con otros rubros agrícolas.
En el transcurso del periplo 1956-1959 el ingreso de ciudadanos japoneses se incrementó hasta llegar a una cifra tope de 1,319 personas. Sin embargo, en Marzo de 1960 el gobierno dominicano desestimó darle curso a la solicitud de envío de nuevos grupos de granjeros tramitado por las autoridades niponas, a pesar de que Trujillo había expresado en más de una ocasión su disposición de recibir hasta 25, 000 colonos.
La explosiva situación política por la que atravesaba el régimen, caracterizada por una creciente oposición interna y externa, descrédito y aislamiento internacional y surgimiento de significativos focos conspirativos exigían que éste concentrase sus esfuerzos en atender aspectos más acuciantes y perentorios para la propia estabilidad del régimen, que su fementida y demagógica gestión ‘humanitaria’.
-VI-
- Los hijos del ‘Sol Naciente’ en La Vigía.
El proceso de adaptación de los nipones en las tierras que les fueron asignadas fue lento y, en cierto modo, tortuoso. Pronto habrían de darse cuenta de que una gran parte de las ‘paradisíacas’ ventajas pregonadas por la dictadura no eran más que pura palabrería demagógica.
El monto y la extensión de los predios agrícolas era menor que lo prometido. El sistema de irrigación, inadecuado y el tamaño de las viviendas precariamente garantizaba la coexistencia de grupos familiares en crecimiento. En cuanto al aspecto agrícola, la calidad de la tierra era pobre, con terrenos malos, pedregosos y un escaso y deficiente suministro de agua que les llegaba por una red de caños y canales construidos unos años antes por el régimen y que se alimentaba desde el fronterizo río Masacre.
El traslado de los productos hacia los mercados se dificultaba grandemente debido a que entre la colonia y la ciudad median unos 7 kilómetros. A ello se sumaba el hecho de que las cosechas de maní no llenaban las expectativas, debido a la citada deficiencia en las condiciones del terreno y la poca destreza de los nipones en este tipo de cultivos.
Por demás, no fueron satisfechas las promesas de construcción de escuelas específicas dirigidas a los párvulos en edad de instrucción ni las facilidades médicas u hospitalarias para los residentes en el caserío.
A las naturales dificultades propias del proceso de adaptación e interacción de comunidades con lengua y culturas disímiles se sumó el fantasma de las ancestrales enemistades domínico-haitianas, y en ese orden, a los japoneses les tocó la difícil situación de asumir una posición neutral ante la ocurrencia de altercados o conflictos en los que estuviesen presentes estos elementos, tanto frente a nacionales haitianos como en la interacción con los propios vecinos dominicanos.
La colonia de pescadores de Pepillo Salcedo tuvo que enfrentar las dificultades del reducido volumen de pesca en el área de la desembocadura del río Masacre y la bahía de Manzanillo, como consecuencia, principalmente, de las operaciones del puerto y por no contar con los equipos y embarcaciones adecuadas para lanzarse a la faena, mar adentro.
Los cultivos menores como batata, yuca, plátanos, legumbres y otras cosechas específicas como el tabaco apenas alcanzaban para el consumo y un reducido nivel de ventas, las que tenían que canalizar por sus propios medios, trasladando dichos rubros a los poblados cercanos en rústicos carretones de madera elaborados por los propios colonos.
Sin dejarse arredrar por las inconveniencias del diario vivir, algunos productores con visión de futuro pusieron la mira en el arriendo –con futura opción de compra- de terrenos con mejores condiciones e irrigación, para destinarlos a la cosecha de arroz y otros rubros tales como la siembra de hortalizas.
Para su desaliento descubrieron que luego de disponer inversión de tiempo, y dinero en el acondicionamiento de las tierras, ante los resultados favorables obtenidos, los propietarios de los predios empezaron a especular de forma abusiva con el aumento en los montos acordados inicialmente, lo cual enfureció profundamente a los nipones, ante tan descarada estafa.
A partir del surgimiento de los primeros conatos de disgusto, los nipones dieron curso a las reclamaciones de lugar, por ante la representación consular de su país en la República Dominicana. Estas quejas fueron canalizadas en aras de encontrar las soluciones adecuadas, según el caso, pero lo cierto es que, en su gran mayoría, estos reclamos fueron engavetados y dejados en el olvido. El régimen parecía estar más interesado en la creación acelerada de nuevas colonias, antes que en prestar atención a las urgentes necesidades de las ya establecidas.
A todo esto, amplios sectores de la población que padecían el flagelo galopante del hambre y la pobreza, censuraban, por lo bajo, la benevolencia de Trujillo para con los inmigrantes extranjeros, pues, al decir de los quejosos, a estos se les daba, a manos llenas, lo que se les negaba a los dominicanos.
Conocedores de la naturaleza emotiva del dictador, a quien el mas leve reclamo o reconvención podría llevarle a cometer las mas descabelladas atrocidades de imprevisibles consecuencias, los representantes diplomáticos del imperio nipón en el país se anduvieron con cuidado y optaron por hacerse de la vista gorda, ante el cúmulo de reclamaciones tramitadas por sus connacionales, o, en el menor de los casos, canalizaron por cuenta propia la ejecución de algunos correctivos y paliativos que contribuyesen a mejorar la calidad de vida de los quejosos.
Ante tan negro panorama, cundió el desaliento generalizado.
El sentimiento de frustración que embargó a los colonos nipones se explica por el hecho de que, siendo portadores de una cultura milenaria, con arraigados valores del honor, la responsabilidad y el cumplimiento de la palabra empeñada, no podían concebir el descaro e irrespeto con que eran manejados sus justificados reclamos. Ante la evidente desprotección y abandono a su suerte en que habían quedado a causa de la pusilánime postura de sus delegados consulares, muchos colonos optaron por la claudicación, abandonaron los predios e iniciaron gestiones para salir del país y regresar a Japón o dirigirse a otros destinos, principalmente en Sudamérica.
En medio de ese proceso, la Nación fue sacudida con la impactante noticia del ajusticiamiento de Trujillo, el 30 de mayo de 1961, a manos de un grupo de valientes que, por diversas razones, echó por la borda sus nexos con la dictadura y decidió inmortalizar sus nombres en la memoria histórica de los dominicanos.
El país quedó sumido en un delicado proceso de reconstrucción y recomposición que incluyó un paulatino cambio de mandos a fin de desalojar de las riendas del poder a los remanentes de la tiranía, en el orden familiar, político y militar.
Como es natural, la canalización del limitado apoyo que habían venido recibiendo los colonos encontró entonces mayores dificultades para concretizarse, puesto que la atención del país y sus nuevos ejecutivos estaba cifrada en asuntos más prioritarios. En estas circunstancias y con la cautela que el caso demandaba, el gobierno nipón dió inicio a un silencioso proceso de repatriación de sus nacionales, a partir de octubre de 1961 y ya para el año 1962 habían regresado a Japón 672 personas, 377 habían sido trasladados a algunos destinos en América del sur, en donde habrían de establecer domicilio definitivo y una cantidad que ha sido establecida en 276 colonos optaron por permanecer en territorio dominicano.
-VII-
-‘La Guardia Imperial no se rinde jamás!’-.
Qué poderosas razones influyeron para que estos indoblegables colonos persistiesen en seguir enlazando sus destinos junto a los de este sufrido pueblo, a pesar de su duro batallar por salir adelante y los múltiples obstáculos encontrados en el camino?
Algunos analistas de esta epopeya han señalado como el factor principal el hecho de que la mayor parte de dichos inmigrantes provenían de antiguas colonias japonesas tales como Filipinas, Manchurria y otros puntos en el Este y el sudeste asiático que como consecuencia de la guerra y la derrota sufrida por el Japón, habían pasado a ser regenteadas por otras naciones y que, por ende, esta situación descartaba de plano el regreso a dichos lugares. Por demás, eran escasos o inexistentes los nexos afectivos o materiales que pudiesen motivarles a regresar a la metrópolis.
En definitiva, asumieron la decisión suprema de permanecer en la isla, ‘con lo poco o mucho que el país pudiera ofrecerles’, dispuestos, más que nada, a perseverar en el trabajo, como mecanismo para alcanzar sus aspiraciones básicas.
Contra viento y marea, aquellos dignos campesinos estaban dispuestos a ‘aguantar lo inaguantable y soportar lo insoportable’ en aras de su ideal.
-VIII-
-‘Por grandes que sean los problemas, siempre habrá un mañana mejor, si trabajamos para ello’.
Con motivo de la celebración, en 1981, del 25vo. Aniversario de su llegada al país los colonos de La Vigía construyeron en pleno centro del caserío un monumento conmemorativo de dicha fecha, gesto con el que resaltaban el orgullo por su condición de japoneses y el agradecimiento por el trato y la acogida recibida en estas tierras.
Para esos años, la población nipona en el país correspondiente a los inmigrantes originales y sus descendencias había ascendido a 641 y ya para el 1985 sobrepasaba los 670, de los cuales 390 habían nacido en territorio nacional, respondiendo, por tanto, a la doble nacionalidad dominico-japonesa, acorde a las leyes y tratados vigentes. Para 1991 los cómputos arrojaban un estimado de 831 personas, y en el presente ya supera los 900 individuos.
A pesar de las estrictas reglamentaciones que en el orden cultural caracterizan las relaciones entre individuos de origen asiático y los de otras nacionalidades, tal parece que la fraterna convivencia y el hecho de compartir sueños e inquietudes comunes dió paso a relaciones interpersonales más estrechas. Ello ha motivado, en gran medida, el incremento de los matrimonios interraciales con dominicanos(as), cuyas descendencias responden a la nacionalidad dominico-japonesa por partida doble.
La celebración, en años recientes, del 50vo. Aniversario de su llegada constituyó el punto de partida para dar a conocer al mundo las gestiones en reclamo de indemnización encaminadas por las entidades que agrupan a los japoneses en el país, frente a las autoridades del gobierno en su nación de origen. La argumentación central de dicha demanda estaba cimentada en que habían sido abandonados a su suerte por parte de su gobierno, luego de este haberles alentado a emigrar a República Dominicana en base a promesas que, en el fondo, no se correspondieron con la realidad.
El gobierno japonés arribó a un honroso acuerdo con los demandantes, mediante el que se estipuló la entrega de una compensación en metálico tanto para los repatriados como para los que permanecieron el país, y se extendió una excusa pública de parte del incumbente del Ejecutivo, el Primer Ministro Junichiro Koizumi.
Con sus alzas y sus bajas los japoneses de La Vigía y de otros puntos del país se han mantenido fieles a sus principios y sus normas morales, contribuyendo con el engrandecimiento de esta nación, que también es la suya. En mayor o menor medida la fortuna les ha favorecido. Su destreza e innovación en los métodos de cultivo de arroz les ha llevado a la administración exitosa de fincas arroceras y factorías y a producir diferentes variedades del cereal, de gran calidad y rendimiento, experiencias que, a su vez, han sido implementadas por técnicos y profesionales del agro en otros puntos del país y sirven como base de experimentación en universidades e instituciones dedicadas al fomento agrícola.
Otro tanto ocurre con los cultivos de hortalizas, flores y fresas, desarrolladas, de manera principal, en Constanza, por un puñado de nipones visionarios que, al igual que los de Dajabón, decidieron permanecer en el país confiados en sus propios recursos y en sus capacidades de trabajo.
A fin de no reincidir en errores del pasado, las representaciones consulares del gobierno japonés han dado curso a la canalización de una serie de acuerdos y convenios que se concretizan en ayudas financieras, cesión de maquinarias y tecnología para encaminar proyectos comunitarios que gravitan en beneficio de los colonos y las comunidades en que estos residen y por extensión, de la población en general.
-IX-
-‘Domínico-Japoneses’.
La enseñanza que arroja esta odisea es que, independientemente del éxito y los logros que de manera rimbombante le endilgaban los áulicos de la tiranía al resultado obtenido en las colonias agrícolas, si hay algo que alabar es, antes que nada, el arrojo, dedicación y capacidad de lucha ante la adversidad demostrada por esos humildes agricultores que llegaron desde distantes lugares hasta la frontera a abonar el surco redentor con el sudor de sus frentes y el impulso de su convicción.
Sin amilanarse ante las adversidades de la vida diaria en tierras extrañas y enfrentando los obstáculos del terreno en que les tocó vivir, muchos de ellos se negaron a rendirse y se mantuvieron imperturbables al frente de sus predios. Una parte significativa de aquellos valerosos inmigrantes aún permanecen en La Vigía y otros puntos del país, inspirados por el espíritu de Japón y bañados por los destellos luminosos del sol naciente, que acompaña sus pasos en su peregrinar por estas tierras.
Otros, fueron cayendo en el camino y desde las fosas de los humildes cementerios de las comunidades a las que ofrendaron sus afanes e ilusiones aún animan a los que quedan allí y a sus descendientes, a seguir adelante, engrandeciendo a esta Patria, que también es suya.
Emulando a los gloriosos soldados del Ejército Imperial, los hombres y mujeres de La Vigía demostraron, con su ejemplo, ‘que los japoneses no se rinden, incluso cuando se enfrentan a desventajas insuperables’ y que, a pesar de estar en tierras lejanas el espíritu y la convicción les animaban a seguir adelante.
-X-
-‘Arigato!!’-
Las manecillas del reloj avanzan vertiginosamente mientras concentro mis esfuerzos en dar los toques finales a este texto, antes de que concluya el día. Con el paso de las horas, el voluminoso fardo con las reseñas, relatos e informaciones sobre este apasionante tema amenaza con desbordar la extensión del trabajo y agotar los límites de benevolencia y comprensión de los hospederos digitales y otros medios que amablemente dan esporádica cabida a mis escritos.
He dejado en el tintero algunos aspectos y referencias sobre la épica jornada llevada a cabo por los indoblegables nipones en suelo dominicano, haciéndome a mí mismo la promesa de retomarlas en el futuro, en trabajos más extensos.
Por tanto, al conmemorarse un nuevo aniversario de su llegada a suelo patrio, quiero terminar extendiendo un efusivo abrazo a esos valerosos hombres y mujeres domínico-japoneses y en especial, a los que aún permanecen en La Vigía, en reconocimiento a su tesón, honradez, rectitud y la sana convivencia que han sabido mantener con sus vecinos y compueblanos.
sergioreyII@hotmail.com
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