domingo, 9 de mayo de 2010

¡MI ESCUELITA, MI ESCUELITA, YO LA QUIERO CON AMOR, …!


Por Sergio Reyes II.

Su mirada se distrae en el vasto y casi vacío recinto en que se concentran sus más íntimas y creativas ilusiones y espectativas. A su lado, cual traviesos y juguetones cachorritos, revolotean los párvulos, muy ajenos de saber a plena conciencia el grave y delicado dilema que atormenta a su Maestro. En los rústicos butacones, los cuadernos emborronados con la 'tarea' del día, en el polvoriento y rústico pizarrón que cuelga en la pared con la fecha y la lección del momento estampados en rotundos trazos escritos con blanca tiza y en los sonidos lejanos provenientes desde las viviendas cercanas, late la casi imperceptible pero terrible e ineludible realidad: la escuelita se cae a pedazos y como espada de Dámocles la desgracia pende sobre más de una treintena de escolares y su profesor que allí hacen realidad, día a día el rito sagrado de la educación, sin que nadie, ni siquiera los más llamados a hacerlo, den un paso al frente en la búsqueda de las urgentes soluciones que amerita el caso.

Hace unos años -¡muchos!-, éste que hoy ejecuta con tanto amor y dedicación el sagrado deber de llevar la educación a sus conciudadanos en edad escolar, fue tambien, junto a sus hermanos y amigos del caserío, uno más de los muchos que calentó butacas en esta escuelita, correteó detrás de los mangos y demás frutales que se insinúan con provocación entre la ramazón de la arboleda cercana e hizo enloquecer -como todos los escolares-, a sus educadores del momento. Fueron años de travesuras, de conformación de ilusiones, de proyección de inquietudes, … fue la fragua en la que se forjaron muchas ideas, aspiraciones e iniciativas que el tiempo se encargó de amasar, como la buena harina, para dar paso al exquisito pan.

De esas inquietudes y anhelos, de aquellas miradas distantes, profundas y soñadoras, de aquellas vocaciones en ebullición, surgidas en el calor de aquellas aulas, forjadas con la conducción de aquellos maestros de antaño y moldeadas, además, en la vigilancia de la recia y estricta formación familiar, surgió una pléyade de profesionales en diferentes disciplinas que hoy por hoy se encuentran dispersos en diferentes latitudes, llevando consigo sus experiencias, conocimientos y formación humanista. Y en butacas parecidas a las que hoy se encuentran dispersas en estos vacíos salones, muchos de aquellos párvulos persiguieron ilusiones, cual volutas de humo, que todavía en el presente se dejan entrever en profundos ramalazos nostálgicos motivados por la emoción de ese ayer que fue y nunca se ha de olvidar.

El abnegado profesor Sucre Apolinar Leclerc forma parte del racimo de esforzados hijos de Pueblo Nuevo y comunidades vecinas que tuvieron el alto honor de calentar butacas y madurar ilusiones en la rústica y humilde escuelita del caserío. 'Escuela de Emergencia' le llamaban entonces, en una fórmula que dejaba entrever su condición de centro de transición, en el que los educandos habrían de recibir los rudimentos básicos (desde el Primero hasta el Tercer cursos), para continuar los niveles inmediatos en los planteles de Capotillo, Loma de Cabrera o Dajabón.

Fruto del amor y apego a su comunidad, tan pronto completó sus estudios básicos en el orden pedagógico diligenció su integración al sistema educativo nacional y tras desempeñar estas funciones en diferentes centros de la región, fue designado como Profesor Titular de la escuela Primaria de Pueblo Nuevo (recientemente bautizada como Escuela Francisco Hidalgo) volviendo con ello, como quien dice, a sus raíces, a sus inicios, … ¡a su gente!

Un nutrido grupo de párvulos corretean a su alrededor. Hoy como ayer, las ilusiones, travesuras y vocaciones de seguro revolotearán, cual mariposas, en las mentes calenturientas de estos niños fronterizos que simbolizan la esperanza del futuro de esta región y de sus familias.

Pero el espíritu del profesor, no está tranquilo. Una inquietante angustia taladra su alma y le mantiene en vilo noche y día ante la certeza del posible desencadenamiento de un latente peligro que pone en riesgo su vida y la de todos los educandos que allí concurren en busca del sagrado pan de la enseñanza.

A diferencia de ayer, su mirada no se pierde en ilusiones y espectativas que cruzan fugaces como ráfagas de viento. En el presente, los ojos del profesor Leclerc se enfocan en aspectos más concretos y contundentes, innegables e ineludibles, que atentan contra el futuro de la Patria y las ilusiones de estos niños: sus miradas se detienen en las profundas rajaduras que inundan la casi totalidad de las paredes de la añeja escuelita en donde imparte sus enseñanzas, las que amenazan con hacer colapsar la edificación, más aún a partir de la ocurrencia de los recientes movimientos telúricos que vienen afectando la isla Hispaniola y gran parte del mundo.

Y por su mente cruzan con amargura los penosos recuerdos de las incontables gestiones, las idas y venidas, las promesas y las decepciones sufridas en la búsqueda incesante a las urgentes soluciones que demanda su plantel.

Por momentos, la impotencia arropa su espíritu, ante la desidia e indiferencia recibida de parte de las altas instancias, organismos, personalidades y funcionarios ante quienes ha acudido en procura de soluciones para la humilde escuelita de Pueblo Nuevo. Las promesas -muchas de ellas revestidas del consabido interés proselitista que arropa el país cada cuatro años-, la elaboracion de 'presupuestos' y la inclusión de los planes y proyectos de reparación o reconstrucción del plantel, han desfilado a manera de carnaval. Y a la fecha, el profe ya ha perdido la cuenta de las veces que ha recibido la confirmación del inminente inicio de la ejecución de las citadas reparaciones. ¡Y nada!

Sin embargo, Sucre no se rinde. Sus convicciones personales, la recia formación familiar en la que resuena con fuerza el retintín de su apellido y su aguerrida disposición a contribuir cada día más al desarrollo y rescate de su región y por ende, de sus habitantes, le impulsa a seguir adelante en esta lucha en la que, por momentos, parecería que está solo.

Y consciente de que tendrá que seguir tocando puertas aunque sus nudillos ya no aguanten más, y a sabiendas de que en algunos casos tendrá que lidiar, ora con la promesa taimada del presente electoral o talvez con el portazo en la cara de los mismos que ya le ofrecieron antes y nunca le cumplieron, el tozudo profesor se dispone, una vez más, a reiterar el pedido que viene haciendo desde hace más de 10 años sin que sus gritos hayan tenido la correcta acogida.

Y seguirá elaborando presupuestos, tramitando peticiones y esperando sin desmayo que una parte de los múltiples recursos estatales que a diario se gastan en obras de relumbrón o se destinan a fines politiqueros y convencionales, sean empleados en la reparación o reconstrucción de la Escuela Primaria de Pueblo Nuevo, en el Distrito Municipal de Capotillo, de la provincia Dajabón.

Duele saber que en estos tiempos de refriegas y activismo electoral, en estos días en que se desarrolla el incesante y fastuoso carnaval de las promesas y las ilusiones, con una parte ínfima de lo que se gasta en la propaganda de retoques, sonrisas y mentiras ofertadas por la gran mayoría de los candidatos a puestos electivos congresuales y municipales, podría resolverse, de inmediato, el grave problema que afecta al plantel escolar y pone en peligro las vidas de los docentes que allí acuden y las de sus profesores.

Pero en esta lucha incesante e indoblegable por la superación de los males que agobian a esta gente humilde, este Maestro y demás educadores fronterizos no han de quedarse solos. Mucha gente que, como él, tambien nació y creció al calor de esas aulas y se forjó llevando como estandarte el amor a sus familias y a las bondades de esta región, está dando seguimiento a la problemática que afecta a esta humilde comunidad dominicana enclavada en las mismas entrañas de la frontera domínico-haitiana. A pesar de estar dispersa por el mundo, atendiendo el llamado de sus destinos y las urgencias y deberes familiares, esa gente está muy pendiente de los problemas que afectan a sus familiares que aún residen en este distante lugar y a los demás moradores de la zona.

Y cuando llegue el momento, esas gentes han de dar un paso al frente, en procura de contribuir a implementar las soluciones que amerita el caso. Sin dejar de reclamar al Estado que, a través de sus organismos competentes, asuma su obligación de atender las necesidades básicas de todo el pueblo dominicano. Sin querer suplantar las funciones y obligaciones de los ministerios de Educación y Obras Públicas, del Ayuntamiento Local, la Dirección General de Desarrollo Fronterizo, entidades comunitarias y demás organismos llamados a dar curso a las urgentes e ineludibles necesidades que agobian a los escolares del plantel de Pueblo Nuevo, y a su profesor.

Con esta iniciativa en auxilio del plantel de Pueblo Nuevo, simplemente se estará dando curso a un deber moral, que se lleva muy dentro, que traspasa los linderos de la simple promesa y el interés de ayudar; con ello se estaría dando validez a las virtudes, enseñanzas y valoraciones positivas de la vida, aprendidas allí, en ese mismo plantel, por muchos que, como yo, en el presente observamos con dolor y en lontananza el lamentable derrotero por el que transita nuestra querida Patria y nuestro inolvidable caserío fronterizo.

En las luchas y afanes por la implementación de las debidas reparaciones, el equipamiento y suministro de material educativo adecuado para los escolares así como la atención a otros males que aquejan a ese importante plantel fronterizo, no hemos de dejar solos al abnegado Síndico del Distrito Municipal de Capotillo, señor Santiago Díaz -Chan-, a los esforzados profesores Sucre Apolinar Leclerc e Isabel Carrasco Franco, ni a las entidades comunitarias que vienen realizando acciones en reclamo de la solución a sus necesidades. Eso, puedo asegurarlo.

Volveremos sobre el tema. ¡Ese caso lo tenemos!

Mayo 9, 2010. 2:55 p.m. ; NYC.

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