martes, 15 de junio de 2010

Los Muchachos de Verdinegro


Sergio Reyes II.
  
El pueblo estaba acogotado. Enclaustrado en una cárcel de 48,442 kilómetros cuadrados y padeciendo el bombardeo de un sistema educativo orquestado de manera artera por cerebros enfermizos al servicio de las más perversas finalidades. Coartado en sus más elementales derechos. Adocenado y sin acceso a fuentes de información fidedignas y pluralistas. Bajo un régimen de fuerza, basado en el terror, que no tenía miramientos a la hora de reprimir y liquidar tanto a sus adversarios políticos como a simples disidentes.

Desde la distante rivera del ostracismo, la sombra difusa de Quisqueya provocaba espejismos en las mentes de aquellos que, cegados por el inmediatismo y atizados por la desesperación y el deseo ardiente de ver de nuevo libre la Patria, llegaron a pensar, en un arranque idealista, que el pueblo habría de lanzarse a los campos y las calles, en su apoyo, tan pronto se concretizase el arribo de los combatientes.

Y el fantasma de la disensión y su aliada cercana, la delación, hubieron de darse la mano, en una componenda fatal que habría de dar con las almas nobles de aquellosmuchachos en el insondable precipicio de la inmolación.

En verdad no estuvieron solos. Ni abandonados a su suerte. Los acompañó en su amargo calvario toda una población impotente que habría de tragarse las lágrimas y rumiar en silencio su dolor. Les lloró un sinnúmero de soldados de las más disímiles gradaciones, que fueron arreados como perros de presa en una brutal y desigual lucha de hermanos contra hermanos ; -Los testimonios, hoy llueven a raudales, y tanto de parte de los sobrevivientes y sus familiares, como de algunos de los militares envueltos en el doloroso episodio, se han colado informaciones fidedignas que ejemplifican el gallardo papel asumido por algunos militares y funcionarios probos, en aras de humanizar el trato a los prisioneros, aún a riesgo de su propia seguridad y la preservación de sus cargos-.

Les guareció la Madre natura; y las montañas, los riachuelos y los interminables vericuetos poblados de pinares, les sirvieron de escondite, mientras fue posible.

Y al caer, la fresca grama y la blanda tierra acogieron solícitas y fraternales sus endebles cuerpos. Y la noble savia que destilaban sus exangües despojos se amalgamó con el barro de la cordillera abonando así la materia prima de donde habría de surgir más adelante el fruto fecundo de la libertad del pueblo.

En verdad, no estaban solos. Nunca lo estuvieron. A falta de ojos y lágrimas, los lloró la serranía, en incesantes torrentes de cálida llovizna y cielo gris. Y al igual que la lluvia de la cordillera les lloró la Patria agradecida, mientras juraba, para sus adentros, en el silencio lúgubre de los aposentos, que el sacrificio de aquellos nobles muchachos no sería en vano.

Más adelante, junto a una pléyade de valerosos jóvenes de todos los rincones del país y los diferentes estratos sociales, Manolo habría de hacer ondear por los campos, pueblos y ciudades de la geografía nacional la bandera verdinegra del decoro y la redención, en tributo a aquellos abnegados dominicanos que dieron sus vidas  en aras de la liberación de la República.

Y junto a los símbolos, las proclamas, los principios programáticos y los objetivos perseguidos por aquellos que llegaron llenos de patriotismo (y) enamorados de un puro ideal prendiendo, con su ejemplo la llama augusta de la libertad, estos gallardos hombres y mujeres portadores del legado del Catorce comenzaron a trillar, en suelo patrio, los afanes, heroicidades y martirologios de la lucha frontal y decidida contra la tiranía trujillista y en pro de la reinstauración de la conculcada democracia.

Gloria eterna a su recuerdo!!

Junio 14, 2010. 11:30 p.m.; NYC

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