Por Sergio Reyes II.
(A Vitalina Jiménez de Reyes, mi abuela. QEPD).
La Historia, esa voluble y, a veces, olvidadiza musa, que cuenta los hechos y las hazañas de las personas y los pueblos, no se ha ocupado mucho de hurgar y reseñar sus nombres. La innata propensión al enfoque con inclinación machista ha sumido en las redes del olvido los valiosos aportes de generaciones enteras de valiosísimas mujeres, luchadoras y esforzadas como el que más, en los afanes de la creación y sostenimiento de la República.
Aunque no se divulguen sus nombres sabemos que estuvieron allí, desde antes de la llegada de las huestes colonizadoras de la Aventura del Descubrimiento. De su vientre fecundo y en un cruce de razas y culturas surgieron los contingentes que hubieron de multiplicarse y extenderse por todos los confines de la Hispaniola, para empezar a definir las cualidades, condiciones y características de quienes, con el correr del tiempo, habrían de ser conocidos como Dominicanos.
Jugaron roles descollantes en las guerras de Independencia y la Restauración. Sostuvieron el hogar y la guarda de los hijos, al tiempo que confeccionaban pertrechos y trasegaban agua, sal y alimentos para el sostenimiento de sus hombres, envueltos en jornadas revolucionarias y escarceos de guerrillas, en los innúmeros cerros y llanuras del noroeste de la isla, tras el ajusticiamiento del dictador Ulises Heureaux –Lilís- en 1899.
Y la frontera parió y desarrolló, a fuerza de coraje, bravura y heroísmo, a generaciones enteras de abnegadas y combativas Mujeres, cuyos recuerdos son atesorados en la memoria viva de los habitantes de cada campo, poblado o ciudad, ubicados hacia el Oeste, más allá de Santiago, en el calcinante y legendario reducto conocido como Línea Noroeste y la frontera domínico-haitiana.
Sus nombres, ya lo he dicho, forman parte de la memoria y la gratitud de nuestros pueblos. Pero su legado vive y se reproduce cada día en la conducta, el coraje, la combatividad y las elevadas condiciones de cada niña o mujer noroestana.
Lo vemos en el tesón y rectitud de nuestras abuelas y madres. Está latente en nuestras hermanas y vecinas; y aspiramos que sea parte de la conducta y formación de aquellas que han de acompañar y alegrar nuestras existencias. Está patentizado en cada abnegada mujer que lucha a brazo partido por levantar a su familia y en el esfuerzo desplegado por las escolares, estudiantes de nivel superior y profesionales de diferentes disciplinas que con sus conocimientos y sus capacidades puestas a prueba, contribuyen cada día con el desarrollo de su región y el engrandecimiento de la Patria.
Venden la ropa usada y artículos del hogar en los días de ‘Feria’. Trabajan de sol a sol en ‘casas de familia’, en la pulpería, en el conuco o ‘echando días’ en plantaciones agrícolas -a veces solas, como cabezas de familia, a veces junto a su hombre, de igual a igual-, y abonan el surco redentor con el sudor de sus frentes; Se las ve, afanosas, por los caminos y campos, con el fruto de sus vientres enjorquetado en las caderas, un paquete de leña o un descomunal jigüero de acarrear agua, haciendo cabriolas en la cabeza, un túbano en la boca para disipar los avatares de la diaria rutina y la estampa de la dignidad y el decoro marcados en el rostro, haciendo mutis a la adversidad.
Encaminan y sostienen importantes proyectos agroindustriales, de vistosas artesanías con sabor local, de confección de dulces y conservas y de elaboración del rico Cazabe, herencia de nuestra ancestral cultura taína. Con abnegación, eficiencia y un toque de sabrosura elaboran los guanimos que a todos encanta o los ricos y variados manjares ofertados en las fritangas o expendio de comestibles.
La dulzura y calidez de su canto, el contagioso y absorbente manejo de sus instrumentos musicales o la chispeante e irreverente presencia en las ondas radiales, las pantallas del cine o la televisión así como en los grandes escenarios del país o del extranjero, les posicionan en lugares cimeros dentro del mundo del arte, la farándula y el folklore.
Y cuando de atributos físicos se habla, la belleza y la calidad van de la mano en las personas de exquisitas lumbreras del negocio del modelaje, quienes hoy por hoy se enseñorean de las grandes pasarelas del mundo y las portadas de prestigiosas revistas del género. Iguales condiciones de hermosura y candor adornan a las damiselas que son seleccionadas cada año para representar a sus respectivas provincias y comunidades en reinados y fiestas patronales, y de manera especial en concursos de belleza nacionales e internacionales y otros eventos especializados en resaltar y premiar las cualidades físicas, personales e intelectuales de la mujer.
Ocupan lugares cimeros en diferentes ramas de la Administración pública y municipal, en los hospitales, entidades bancarias, empresariales, cooperativistas o en negocios privados, gracias al empeño desplegado en pro de la superación y logros personales y en la capacitación y desarrollo profesional.
Prestigian, con la profundidad de sus escritos, los diferentes géneros y modalidades de la literatura, la didáctica, la investigación, el periodismo científico y de opinión y se hacen sentir de manera relevante en las artes plásticas, el folklore y otros vericuetos por donde se expande la rica cultura de nuestros pueblos.
En generaciones enteras de abnegadas, amorosas y esforzadas maestras ha descansado por años la ardua tarea de moldear las mentes y el comportamiento de niños y jóvenes, para convertirles en dignos exponentes y depositarios del futuro de la Patria y la región. Con su ejemplo y sus sabias enseñanzas han sembrado la campiña noroestana y los frutos fecundos de esos años de esfuerzos y mano dura (y el oportuno jalón de orejas, cuando se ha hecho necesario) hoy se ven por doquier.
Y cuando deciden terciar en las intríngulis y escarceos del complejo y competitivo mundo de la política partidaria, irrumpen con bravura de leyenda y la fuerza de un volcán, reclaman –y ocupan- el justo espacio que se han ganado a pulso, por su esfuerzo y capacidad y demuestran su valía integradas de lleno al trabajo en beneficio de las comunidades que representan.
Esa mujer de la que hablo no es un ser abstracto e idealizado. Su imponente presencia está latente en cada una de las provincias de la línea noroeste y la frontera. Constituyen el alma y la razón de ser de nuestras familias y forman parte fundamental del crecimiento y desarrollo de los pueblos y comunidades humildes de la región.
El homenaje y el justo reconocimiento al amor y abnegación de esas mujeres no deben estar cimentados en la espera de una fecha y un día por demás mediatizado y condicionado por el consumismo y las odiosas normas del mercantilismo. Debe ser la tarea diaria del amor, la comprensión, la solidaridad y el cariño de todos y cada uno de los que nos beneficiamos de su compañía en la condición de hijos, nietos, padres, esposos, hermanos, primos, sobrinos, ahijados, compañeros o amigos.
A esas mujeres de la Línea que, parafraseando un hermoso escrito de la excelsa poeta y educadora dajabonera, Norma Holguín Veras, siempre han estado “ … al lado del fogón, el burén o el horno de piedra, … (y) a la vanguardia para levantar la familia que guarda la frontera”, a esas mujeres de todos nuestros pueblos de la línea noroeste y el resto del país, les expreso en estas cuartillas mi aprecio y veneración, no tan solo en el simbólico Día de las Madres, recientemente festejado, sino en cada segundo, minuto y hora de los 365 días de cada año, de toda mi vida.
Felicidades!!
Junio 5, 2010. 2:38 a.m.; NYC
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